Coturno

piñata_0099

Día 24

J. Caballero caminaba por la calle despacio, con las manos en los bolsillos. Hoy era su último día de baja, quien se lo iba a decir a él que nunca faltó al trabajo por una gripe, por un dolor por una molestia y, ahora, por encontrar un cadáver en un contenedor de la basura le dan, le obligan, a cogerse dos semanas de baja. Menuda faena, antes no era para tanto, pero ahora. Ahora no te pagan los cuatro primeros días y luego solo te dan el sesenta por ciento de la base reguladora, vamos, con su sueldo, una miseria.

Ese mes lo llevaba jodido, si normalmente le costaba llegar a fin de mes este no lo hará. La hipoteca, la luz, el gas, teléfono, comida, nueve horas de trabajo al día para vivir miserablemente.—¿Qué hemos vivido por encima de nuestras posibilidades?—piensó,—hijos de puta—.

Esa noche hay poca gente por la calle, no hay nada como que se juegue el «clásico del año» para que tengas toda la ciudad para ti, los bares se llenan pero las aceras se vacían, en las plazas apenas si queda algún invisible escuchando el partido en una radio arcaica. El fútbol… que tendrá el fútbol para arrocinar a miles y miles de personas.—Que mueren diez mil niños huyendo de la guerra en las puertas de nuestras casas, no pasa nada—murmuró—que nos bajan los sueldos, no pasa nada, que nos roban los que nos tienen que proteger, no pasa nada, pero que le anulen un gol al tipo ese, al del pendiente, o que le den una patada a la pulga esa y tenemos charla para rato, titulares,  análisis concienzudos, tertulias.¡Qué asco!.—Escupió.

Así estaban las cosas, con la escusa de la crisis todo se podía romper, anular, quebrar, no hay nada como el miedo para que todo el mundo calle, ¡qué nadie proteste que viene el coco!, se respiraba asco en cada esquina, desidia, indolencia.—El alma de la gente está manchada—reflexionó—es como en el libro aquel…todo está gris, nos cubre la mierda y no hacemos nada por salir de ella—. Hundió un poco más la cabeza entre los hombros y jugueteó con las llaves en el bolsillo. 

Caminaba aplastado por el peso de sus cavilaciones y con una canción que se le había pegado al cerebro como una lapa a una roca: I never meant to cause you any sorrow, I never meant to cause you any pain, I only wanted to one time to see you laughing, I only wanted to see you laughing in the…

Al final de la calle se adivinaba un pequeño bar, un montón de cajas de plastico vacías se apilaban delante de un pequeño portal. J. Caballero lo miro con nostalgia, le recordaba la época en la que había soñado con tener su propia fabrica de cerveza.—¿Cómo se llamaba?—se preguntó intentando recordar—¡microcervecerías! eso era—. hizo un cálculo rápido de cuantos litros de cerveza podría embotellar en aquellos botellines vacíos, —a ver, uno, dos, tres—empezó a contar las cajas de arriba a abajo—ocho y nue…¿qué es eso?—.Justo por detrás de la última caja asomaba un pie calzado con un zapato de medio tacón negro.—¡Coño!—exclamó y solo pudo pensar que su bolsillo no podría aguantar otros quince días de baja.

Del bar salieron como estampida los gritos de una veintena de forofos ebrios: ¡GOOOOOOOOOOOOOOL!!

 

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