Día 23
«Esa noche hacía más calor del normal para esas fechas, estaba siendo una primavera muy rara, pero ¿qué otra cosa puede ser la primavera sino rara?.
Hacía unos minutos que había llegado a la puerta del restaurante. La gente no dejaba de pasar, desde que habían publicado una pequeña reseña en el blog de moda de la ciudad el comer o cenar allí se había vuelto una tarea complicada, pero bueno, allí estaba.
Cuando la volvió a invitar no se lo podía creer —después de como termino la cita anterior— pensó. Creía que nunca más volvería a cruzar una palabra con él, ella había vuelto a su rutina y él a sus pequeños vasos de prueba. Dos semanas y ya se había olvidado de todo hasta que esa mañana entró a la tienda, con decisión se acercó al mostrador y solo dijo:—¿esta noche a las diez en el Dreaming?.— Desde el mostrador lo miró perpleja, —vale—respondio sin pensar. —Nos vemos—dijo con una sonrisa en la cara, se dio la vuelta y se marchó.
—¡Joder!¿por qué me pasan estas cosas tan raras?—pensó—¿donde ha dicho? ¿en el dream qué?, mierda—. Rápidamente se sentó al ordenador y buscó restaurantes en la ciudad con un nombre parecido a dream, solo le apareció uno: Dreaming, calificación: cuatro estrellas y media, opiniones: 225, reservas: cerradas. Un gesto de sorpresa se dibujo en su cara—digo yo que será este porque sino el ridículo va a ser espantoso—pensó.
—Las diez.—Miro el reloj por quinta vez en los últimos cinco minutos—¡como no aparezca!—resopló.
—¡Hola!.
Entraron dentro, al parecer todos los modernos de la ciudad estaban allí, hipster, muppies, coolturetas, BoBos, lumberxesuales, mermen, indies se apiñaban alrededor de una barra circular en cuyo interior una docena de cocineros se afanaba en planchas, sartenes y todo tipo de utensilios de cocina. Se sentaron en dos taburetes junto a la diminuta terraza. Un chico con una camisa de fuerza tuneada se les acercó y les ofreció cócteles de nombres desconocidos, se dejaron aconsejar. La carta de comida ofrecía platos como la Lasaña coreana de wonton y vaja vieja gallega con shitake, tuétano asado con churros, dumpin pekines oreja confitada y moisin de fresas. Pidieron tres platos para compartir que los propios cocineros, allí no había camareros, les sirvieron en platos desechables o directamente sobre un trozo de papel. Cocina moderna con presentación callejera, todo muy cool.
La noche avanzó entre una charla agradable y sabores nuevos, esta vez no hubo vino así que la cosa no se descontroló mucho. Terminada l cena se acercaron a otro nuevo garito donde parecían estar las mismas personas que en el restaurante, la moda había aliena la ciudad pero nadie parecía darse cuenta.
Entre risas llegaron al portal de la casa de él, curiosamente junto a la tienda de té observó ella, era una señal y sin pensárselo mucho le beso. Había esperado otra reacción por su parte, algo salvaje, un beso interminable, con lenguas juguetonas, pero no, fue un beso breve casi casto, era todo un señor.
Entraron.
Al cerrar la puerta él le quito el abrigo al tiempo que apartaba su pero y besaba su nuca con dulzura, sus manos buscaron sus pechos, ella sonrió. El sofá era lo que más cerca les pilló, allí mismo la desnudo, la beso, beso cada uno de los centímetros de su piel, explorando, deteniéndose allí donde notaba una respiración entrecortada, pasando de puntillas por los lugares más obvios. A ella le sorprendió, pero se dejo hacer, se dejo acariciar, besar y apenas si cerro una milésima de segundo sus muslos cuando él busco su clítoris con sus dedos, ahí se acabó su resistencia. La acarició levemente, busco en su vulva la humedad que le ayudara en su tarea y empezó a describir círculos muy despacito hasta que sintió que las caderas de ella empujaban en un intento de que ejerciera más presión, entonces aumento el ritmo, aumento la fuerza y ella se fue desarmando. El orgasmo llego como un tsunami, arrasando con todo, pero él no paro, apenas un pequeño cambio de ritmo y volvió a empezar. Una segunda oleada de placer la hizo estremecerse y dejar de respirar por unos segundos. Cuando su respiración recobró el ritmo normal la cogió de la mano y tiro levemente de ella para que se levantara, la abrazo, la beso —¿quieres jugar conmigo?— le susurro al oído. Ella sonrió y le contesto con un beso y con una mano en la bragueta para comprobaba la solidez de su erección.
Entraron a una habitación, él manipuló algo en la oscuridad y una música inundó el ambiente, sonó el click de un interruptor y una tenue luz iluminó algo en el centro de la habitación, ella entornó los ojos para distinguirlo mejor, parecía un sillón, un sillón de metal blanco con respaldo y asiento de cuero. —¿qué es?—pensó,—parece un…¿un sillón de barbería antiguo?—.Un escalofrío le recorrió la espalda.»