Saponificación

jabon

Día 31

El proceso en si es bastante sencillo: una grasa entra en contacto con un álcali diluido en agua y se produce una reacción denominada saponificación que hace que la mezcla se caliente y gelifique. Solo es necesario controlar las cantidades, proporciones y el sobreengrasado. Todo esto da como resultado un producto cuyas cualidades de dureza, persistencia, acondiciona etcétera dependerán del tipo de aceite o grasa que se use y del álcali que introduzcamos en la mezcla.

La grasa puede ser aceite de oliva, de semillas, reciclado, de aguacate, de palma, de almendras, de coco o una mezcla de varios de ellos. La grasa también puede se de cerdo, de vaca, de cordero…

Dice la teoría que el mejor jabón será el que se obtiene de una mezcla precisa de NaOH y grasa humana ya que esta, al ser de idéntica composición molecular en todas las personas, resultaría en un producto cien por cien asimilable por la piel humana y que respetaría al máximo su ph dando una hidratación próxima a los valores de salubridad indicados en la declaración 1589b/224 de la Organización Mundial de la Salud.

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Los años de práctica le habían convertido en un mas que notable cirujano, por lo menos en lo que al uso del bisturí se refiere. Con la delicadeza propia de los maestros japoneses del ikebana levantó los últimos centímetros de piel del glúteo derecho dejando al descubierto una masa blancuzca y arrugada, de aspecto sanguinolento y babeante que brillaba bajo la luz azulona de la sala. Sin un ápice de duda cortó y seccionó separando algo mas de dos kilos de sebo que dejó caer en la cubeta plástica que se encontraba a sus pies. El cuerpo yacía abierto como un libro sobre la mesa metálica, la piel de los pechos, de los glúteos, del abdomen aparecía desplegada como si de una extraña flor se tratase.

Ya no quedaba ni un gramo de grasa.

Si las circunstancias hubiesen sido otras la propietaria de ese cuerpo estaría orgullosa de poder lucir, al fin, los modelitos que tanto le atraían de las revistas de moda, estaría encantada de que las interminables dietas hubieran dado resultado al fin, ya nadie podría llamarla gorda, ballena, foca, ni siquiera gordibuena ni fofisana, el que se inventó esos palabros debería descansar para siempre colgado de los pulgares. Todos sus años de lloriquear frente al televisor mientras comía un helado de vainilla pensando en lo triste que era tener una talla cincuenta y cuatro habrían terminado y podría lucir un tipo estupendo mientras se bronceaba al sol.Pero, claro, eso solo podría haber pasado si las circunstancias hubiesen sido otras.

Despacio empujó la caja a un lado y abrió una gran bolsa negra, ahora venia la parte más desagradable del asunto, ahora le tocaba limpiar todo aquello.

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